Fatiga mental: cuando el trabajo nos supera
Los
efectos en el trabajo son evidentes: pérdida de concentración, peor relación
esfuerzo-resultado, menor capacidad de asimilar información y, en consecuencia,
aumento de los errores.
A todos nos ha ocurrido en alguna ocasión, pero
existen casos en los que la sensación de fatiga llega a ser permanente. Y
entonces, las consecuencias para el afectado llegan mucho más allá del trabajo.
Entre los síntomas asociados habitualmente a la fatiga mental
encontramos trastornos en el sueño, fatiga ocular, sensación continua de
cansancio, adormecimiento, mareos, cefaleas, irritabilidad, alteraciones
digestivas.
La
fatiga se produce cuando hay un exceso de carga mental en el trabajo. Es
decir, cuando las exigencias de nuestra tarea diaria -esfuerzo requerido, ritmo
de trabajo, nivel de atención, tensión emocional- superan nuestra capacidad de
respuesta.
Esto
puede ocurrir en trabajos que requieren una intensa actividad intelectual o una
implicación emocional fuerte. Pero también en trabajos que aún siendo monótonos
y repetitivos exigen atención continua. En todo caso, es más frecuente en
puestos sedentarios, con poca actividad física.
En
una encuesta realizada por el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el
Trabajo a finales de 1999, dos de cada tres personas que decían mantener
un ritmo alto de trabajo y un nivel elevado de atención durante más de la mitad
de la jornada presentaban síntomas claros de fatiga.
En
este punto, sin embargo, conviene aclarar dos cosas: primero, que la fatiga no
siempre está motivada por el trabajo; segundo, que nunca está motivada sólo por
el trabajo. Los hábitos poco saludables en la vida diaria y las
circunstancias personales del individuo también influyen.
La fatiga, además, es un síntoma habitual en muchas
enfermedades graves, por lo que el afectado no debe confiarse pensando que el
problema está causado por el trabajo, la falta de sueño y una dieta poco
recomendable. La visita al médico es obligada.
La
sensación de fatiga, sea o no síntoma de otra enfermedad, nos indica la necesidad
de descanso. Es un mecanismo regulador del organismo. Cuando aparece,
nuestro cuerpo y nuestra mente ponen en marcha sistemas de defensa sin que seamos
conscientes de ello: ralentizamos el ritmo de trabajo, hacemos más
comprobaciones de las habituales y aplazamos las tareas más críticas. Todo esto
ocurre cuando la fatiga ya es una realidad. Pero, ¿cómo evitar que aparezca?
Lo
primero que hay que hacer es fortalecer la propia capacidad de resistencia
mejorando los hábitos de alimentación, descanso y ejercicio. Son tres factores
que, por sí solos, pueden provocar una sensación de cansancio permanente si no
se les presta la debida atención.
La organización
de las tareas del puesto de trabajo también es clave para prevenir la
fatiga. La asignación de funciones a cada trabajador y el establecimiento de
timings razonables dependen fundamentalmente de la empresa, pero la persona
también puede tomar algunas medidas:
Establecer objetivos parciales de trabajo a lo largo del día ayuda a tener una
sensación de avance, de 'cosas terminadas', que previene la fatiga. El problema
de estas metas parciales es que, si no se distribuyen correctamente y resulta
imposible alcanzarlas a la hora prevista, originan lo que algunos expertos
llaman 'agendas calientes' y acaban teniendo un efecto contrario al deseado.
Es muy importante poder hacer pausas durante
la jornada. Pausas que serán mucho más reparadoras si se cumplen dos
condiciones: que el trabajador las pueda distribuir según sus necesidades y que
verdaderamente permitan 'desconectar'. Estar esperando una información o una
llamada de teléfono no es hacer una pausa, porque la persona permanece alerta.
Sí lo es alejarse del puesto de trabajo y cambiar el foco de atención durante
unos minutos.
Las
condiciones ambientales en el entorno de trabajo también pueden influir
en la aparición de la fatiga. La mala iluminación o el exceso de ruido obligan
a hacer un esfuerzo suplementario que provoca más cansancio.
Cada individuo responde de manera diferente a la
carga mental en el trabajo. Un trabajador hipermotivado, por ejemplo, puede ser
incapaz de percibir su propia fatiga hasta llegar al borde del agotamiento. Una
persona muy poco motivada, en cambio, puede notar los primeros síntomas nada
más empezar su jornada laboral.
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